“Planta que crece torcida, no se endereza”, es el adagio que se repite a diario en los hogares. Las abuelitas no dejan de tener razón.
Los viveristas son las personas que producen plantones en viveros, algo así como un albergue, un jardín o un hogar para el caso de las personas. Los plantones son las plantas que están listas a ser trasplantadas a campo definitivo. Los plantones ya están listos, están preparados para vivir solos, ya fueron formados en su etapa inicial. Para llegar a plantones, cada planta proviene de una semilla debidamente seleccionada. Esta semilla es tratada, a fin de evitar el ataque de hongos o de insectos gorgojos. La semilla es almacigada en una cama especial para permitir su germinación. La semilla muere para dar paso a una plántula. La plántula es repicada o trasplantada a una bolsa llena de rico sustrato. El viverista lleva este proceso con suma delicadeza y está vigilante que todas las semillas buenas germinen. Que todas las plántulas crezcan verticalmente, tanto la parte aérea como la raíz. Para que la raíz se desarrolle de manera normal, el sustrato debe estar mullido y húmedo. Si la raíz encuentra una piedrecita, simplemente se dobla y perturba su vida normal. El sustrato donde nace la plántula y se llena la bolsa para el plantón debe contener materia orgánica, tierra, arenas limpias y nutrientes. Para que el plantón esté listo a ser llevado al campo definitivo debe estar en óptimas condiciones de vida: sano, de hojas lozanas, raíces derechas, tallo derecho.
Análogamente, lo mismo ocurre con los animales y el ser humano. El “vivero” humano es el hogar. La plántula que emerge de la semilla muerta es el bebé que nace de la madre (Óvulo o semilla fecundada por el padre). El viverista que cuida a la plántula delicada, es similar a la madre que cuida con amor al bebé. De plántula a plantón es un proceso que requiere del cuidado esmerado: en sanidad, en nutrición, en sombreado, en injertación en algunos casos. El plantón ya tiene las raíces y el tallo duros y preparados para vivir solos, en competencia con las demás plantas. El niño se convierte en joven, tras largo proceso de formación: nutricional, en salud, en educación, en valores, hasta que esté listo a vivir solo dentro la sociedad (Plantación).
Los “viveristas” de nuestros hijos somos los padres. Los formadores de las raíces; de la apariencia lozana; de su salud; de impregnar los valores básicos: del respeto, la caridad, la solidaridad, la puntualidad, el trabajo, la responsabilidad; de la educación al más alto nivel posible; del amor a Dios y amor al prójimo. ¿Somos buenos o malos “viveristas” de nuestros hijos? Por supuesto, nadie nace sabiendo ser buen padre; lo peor, tampoco aprendemos a ser padres antes de serlo. Padres somos ya siéndolo. ¿No sería imperativo que todos los jóvenes aprendan a ser padres obligatoriamente antes de serlo? Es que, necesitamos tener escuela de padres ahora, si pretendemos mejorar la sociedad de mañana: Primero, el “vivero” u hogar debe mantenerse sólido y armonioso. Segundo, el “sustrato” o valores humanos deben ser nutritivos para la planta o el niño. Tercero, el “viverista” o padres, deben enderezar al niño en casa. De lo contrario, “planta que crece torcida, no se endereza”: se rompe. ¿Un padre que ama a su hijo, desearía que se rompa mañana (Delincuencia, cárcel)?