“¿Quién eres?” pregunta pausada. Tal fulano. “Hay hijito, ¿tú vuelta eres?” “¿Cómo te acordaste de esta pobre vieja?” “Cuando somos viejas hijito, ya nadie nos quiere visitar”, son palabras que expresa entrecortadas y cargadas de melancolía, sumida en profuso llanto.
Resulta que un alto porcentaje de personas importantes, que superan los setenta u ochenta años, pasan largas horas y muchos días y meses tristemente solos. Los hijos están muy ocupados en sus quehaceres cotidianos. Los nietos generalmente acuden a la persona anciana a pedir propina.
¿Será verdad que el día de 24 horas ahora ya es de 16 horas?¿Cómo se explica la existencia de una gran cantidad de personas que superan los setenta, ochenta y noventa años en plena facultad mental y corporal? No es que esta realidad esté mal; por el contrario, bendiciones a las personas que llegaron a esos niveles de vida. Que la longevidad sea alta, es un buen indicador para medir que la vida de las personas es más placentera.
En países asiáticos aprovechan a las personas de edad avanzada para recibir sus consejos. Es que los setenta u ochenta años vividos no pasaron por agua tibia; sino, son años vividos llenos de triunfos y fracasos. ¿Por qué no aprovechar esas ricas sapiencias que vienen de difíciles experiencias? El ímpetu de la juventud debe estar acompañado de estos sabios consejos. Hacen bien los asiáticos por aprovecharlos mediante el consejo de ancianos, en diferentes aspectos de la vida. Los resultados están a la vista.
El cúmulo de estas sapiencias que llevan a cuestas las personas de avanzada edad, hace de ellas personas importantes, que tontamente desaprovechamos, a pesar de necesitar con urgencia esos sabios consejos.
¿Nos estamos deshumanizando cada día? ¿Nos estamos materializando más? ¿Es que se visita a una persona cuando se quiere pedir algo? ¿No se puede visitar para saludarla, para conversar libremente, sin pedir nada? La visita a una persona anciana debe ser para acompañarla sin compromiso, para conversar libremente. La satisfacción es de doble partida, aunque no satisfacción económica, pero sí satisfacción del alma, para la persona anciana y para el actual joven que la visita. La visita a una persona de edad avanzada, una persona importante, no es ociosa; porque además de servir como catalizadora de las dos almas, mueve los dos corazones, y las bendiciones llegan a manos llenas.